23.10.08

Castillos de Arena

Te dije que escribía
y me pediste la historia
que te estoy regalando.

Te conté que actuaba
y encontraste el interruptor
que encendía las luces del escenario.

Fue justo en un descuido
anunciado por la impaciencia de tus labios
innegables como una verdad,
que dibujé sobre el papel
verde, de tus ojos de mar
las notas de la canción que estaba escuchando
cuando empezaste a tocar la música
de tu respiración agitada
sobre la muralla de mi piel,
sitiada por unas manos
que eran seda y sal.

Y cautivaste mi porteño corazón...

Me llevé el amanecer más radiante
que hasta ahora vi
y no voy a poder devolverte,
ni tampoco los suspiros
con nombre propio
que quedaron impregnados en mi abrigo.

Te dejé una duda existencial,
una foto mal sacada
y mis pisadas en tu arena
suave y húmeda
como tu boca bohemia.

Y me fui, silbando bajito
con el sueño demasiado despabilado
como para dormirme
volviendo a la época en que devanaba servilletas
e hilaba frases incoherentes
antes de que se me volaran.
Recorrí el mismo camino
en la dirección contraria.

Y contrariamente al pronóstico anunciado
fueron unos espléndidos días de sol
con nubes de todos los colores
y pequeñas tempestades rebeladas
solamente a algunos privilegiados.

Además...
no había visto llover
unos ojos tan hermosos.