23.10.08

Castillos de Arena

Te dije que escribía
y me pediste la historia
que te estoy regalando.

Te conté que actuaba
y encontraste el interruptor
que encendía las luces del escenario.

Fue justo en un descuido
anunciado por la impaciencia de tus labios
innegables como una verdad,
que dibujé sobre el papel
verde, de tus ojos de mar
las notas de la canción que estaba escuchando
cuando empezaste a tocar la música
de tu respiración agitada
sobre la muralla de mi piel,
sitiada por unas manos
que eran seda y sal.

Y cautivaste mi porteño corazón...

Me llevé el amanecer más radiante
que hasta ahora vi
y no voy a poder devolverte,
ni tampoco los suspiros
con nombre propio
que quedaron impregnados en mi abrigo.

Te dejé una duda existencial,
una foto mal sacada
y mis pisadas en tu arena
suave y húmeda
como tu boca bohemia.

Y me fui, silbando bajito
con el sueño demasiado despabilado
como para dormirme
volviendo a la época en que devanaba servilletas
e hilaba frases incoherentes
antes de que se me volaran.
Recorrí el mismo camino
en la dirección contraria.

Y contrariamente al pronóstico anunciado
fueron unos espléndidos días de sol
con nubes de todos los colores
y pequeñas tempestades rebeladas
solamente a algunos privilegiados.

Además...
no había visto llover
unos ojos tan hermosos.

5.7.08

Momentos

Besos en la boca
de esos que se dan
cuando las palabras sobran
- como mi nombre en tu boca -
cuando la saliva arde
y los dientes
se aferran a una parte de ese cuerpo
que no te pertenece

Besos en la oscuridad
que recorren a tientas
suaves territorios desconocidos
mientras las manos
febriles de besar
con las yemas de los dedos
cada parte de ese cuerpo
- que ahora sí te pertenece -
se descubren desnudas
pero llenas
en la inmensidad de unos ojos
color noche

Besos a la luz
- los más terribles -
los que te despiertan
a veces dulces y otras no tanto
los que te enfrentan
sin edulcorante*
con el sabor de la verdad
que sabe a no sé

12.3.08

Del 2 de Marzo

La miró a través de uno de los vasos que estaban en fila sobre la mesa. Se amontonaban ordenados en degradé según el color del líquido que había en el fondo de cada uno. Le habló pero ella ya no era ella. Por lo menos no en la forma en que él la conocía. “Vamos” le dijo. El bar estaba cerrando. Pagó y salieron a caminar. Hablaban pero no podía seguirle la conversación ni el paso. Estaba mareada y demasiado enérgica. “Mañana se va a lamentar” pensó él. Subieron a un taxi y la llevó a su casa. “Esta noche soy un caballero” se dijo. “Espero que mañana se acuerde de esto. Y que no se arrepienta… creo que la pasé bien a pesar de todo”.

“¿Por qué elegimos un martes para hacerlo?” pensó ella cuando se despertó. Sentía como si hubiera dormido dos días seguidos. Dolor de cabeza, mareo, vómitos… nada de nada. Contra todos los pronósticos se sentía mejor que en mucho tiempo. Después de revisar en su conciencia el único dolor que recordaba era haber llamado a la persona equivocada en el momento equivocado. “Pero, ¿dónde estaba él cuando…? ¿Cómo me dejó que lo hiciera?”. Había algunos renglones en blanco en la página de la noche anterior. Nada grave… solamente su imagen derrumbada hasta los subsuelos pero ¿qué importaba? “¿Qué importa mantener una ridícula imagen de fría seriedad cuando se llega a un callejón sin salida y hay que retroceder para tomar otro camino?” “¿Qué importa lo que piensen los demás si uno mismo no sabe siquiera qué pensar?” Definitivamente no importaba. Más tarde debería dar algunas explicaciones pero ya vería cómo se las ingeniaba. Eso si… esta vez intentaría evitar que pase lo obvio porque lo obvio la consumía. Esta vez no iba a pasar.

Y no pasó más de una hora y media de intercambiar realidades, mínimas pero así estaba bien y después, derecho a la facultad, ella y su sonrisa triunfal que era el premio por destruir aquel mito de que cada vez que lo viera iba a desearlo. Se llevó además una conjuntivitis que le duró una semana pero esa liberación valía cada lágrima.

Otro martes y otro bar. Guardó el celular en el fondo de la mochila y miró a su compañero. Esta vez era diferente: no tenía esa sensación de hastío e impotencia que combinados la condujeron a aquel curioso incidente. Esta vez venía de acompañante aunque el éxtasis y el mareo terminaron siendo muy similares. Él tenía un problema que decidió exteriorizar en ese preciso momento: no lograba acabar desde hacía un tiempo y su preocupación por el tema era directamente proporcional al número de intentos por solucionarlo pero no había caso… estaba entrando en pánico. Alzando la mirada la vio sonreír, como un baldazo de agua fría una tarde de carnaval perdida de la infancia. Así de fresca y así de extraña. “Todo está en tu cabeza” le dijo, “Vos mismo ponés las trabas así que sos vos el que va a tener que sacarlas”. Su propia elocuencia la sorprendía… a veces sonaba como “la voz de la experiencia” sin contar con demasiada en su haber (siempre usaba términos contables; los tenía incorporados a pesar de haber elegido dedicarse a los sistemas en general y a los informáticos en particular). Pero así era ella… creía que cada uno tenía un conocimiento innato en su interior que se manifestaba para, a su vez, enseñar a otros. Y por eso lo más importante era el aprendizaje. Conocer a la persona indicada en el momento justo lo concebía un verdadero milagro.